domingo, 20 de agosto de 2017

Fe


Los campos se secaron y se achicharraron por la falta de lluvia, y las cosechas se marchitaban de sed. La gente estaba ansiosa e irritable, mientras buscaba en el cielo alguna señal de alivio. Los días se volvieron áridas semanas. La lluvia no llegaba. Los ministros de las iglesias locales convocaron a una hora de oración en la plaza del pueblo, para el siguiente sábado. Pidieron que todos trajeran un objeto de fe para inspirarse. Ese sábado al mediodía, la gente del pueblo respondió en masa, llenando la plaza con caras ansiosas y corazones llenos de esperanza. Los ministros se conmovieron al ver la variedad de objetos que los concurrentes traían entre sus piadosas manos: libros sagrados, cruces, rosarios. Cuando la hora terminó, como si se tratara de un mandato mágico, una suave lluvia comenzó a caer. Las felicitaciones se extendieron entre la multitud, mientras sostenían en alto sus atesorados objetos con gratitud y alabanza. En el centro de la manifestación, un símbolo de fe pareció ensombrecer a los demás: un niña de cinco años había llevado una sombrilla…