domingo, 27 de agosto de 2017

Helado para el alma


Una vez llevé a mis niños a un restaurante y mi hijo, de seis años de edad, preguntó si podía bendecir la mesa. Cuando asentimos con la cabeza, él dijo: “Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos, pero yo estaría aún más agradecido si mamá nos diese helado para el postre. Libertad y justicia para todos. Amén.” Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, escuché a una señora comentar: “Eso es lo que está mal en este país; los niños de hoy en día no saben cómo orar, pedir a Dios un helado... ¡Nunca había escuchado eso antes!” Al oír esto, mi hijo empezó a llorar, y me preguntó: -¿Lo hice mal? ¿Está enojado Dios conmigo? Abracé a mi hijo y le dije que había hecho un estupendo trabajo, y Dios seguramente no estaría enojado con él. Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo, y le dijo: -Llegué a saber que Dios pensó que aquella fue una excelente oración. -¿En serio? -preguntó mi hijo. -¡Por supuesto! -luego, en un susurro dramático, añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto-. Muy mal; ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado, a veces, es muy bueno para el alma. Como era de esperar, compré a mis niños helados al final de la comida. Mi hijo se quedó mirando fijamente el suyo por un momento, y luego hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida. Tomó su helado y, sin decir una sola palabra, avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa, le dijo: -Tómelo, es para usted; el helado es bueno para el alma y mi alma ya está bien.