Gracias, Señor,
por esas manitas sucias que tocan mi estufa y mi nevera; por aquellos deditos
pegajosos que construyen puentes con quimeras.
Por esas manitas
torpes que tantean en busca de cosas nuevas; por las que sostenemos y nos
llevan como lo hacen las madres con frecuencia.
Por las manitas
preciosas, que se extienden y en las que abunda una fe inmensa; por las manitas
graciosas que pretenden hallar en la frente de una madre la recompensa.
Y gracias por
llevarme de tu mano, por conducirme hasta la claridad; por levantarme cuando
caigo y por mostrarme el camino hacia la verdad.
Mientras haya
manitas por mí buscadas, para mostrarles a dónde deben ir, me sentiré
tranquila, segura y bien amada, igual que cuando te busco y te encuentro a ti. (Judith Pátsch)