Hay algo que decir acerca de dejar una parte de sí en la forma de
un hijo. Veintisiete años atrás contemplé por primera vez a mi hija, cuando la
colocaron sobre mi vientre, con el cordón umbilical aún en mi cuerpo. Me miró y
sus pequeños ojos parecían infinitos. Presencié un pedazo de mí tendido allí y,
sin embargo, era tan extraña y maravillosamente única. Hoy estoy a su lado,
secando el sudor de su rostro y recordándole que debe concentrarse en los
movimientos de parto de su propio cuerpo, en lugar de concentrarse en el dolor
y el temor. Siempre la ha aterrorizado el dolor. No obstante, ha rechazado
todas las drogas... y está dispuesta a poner en práctica su determinación de
dar a luz a su bebé como lo quiere la naturaleza, como lo hizo la serie
interminable de sus antepasadas. Siglos de pujar, prepararse, suspirar... y
luego, la hija de mi hija es colocada sobre el pecho de su madre y mira a su madre
a los ojos. El Gran Misterio me bendice de nuevo, me permite ver a mi nieta,
aquella parte de mí que entrará al futuro y moldeará a su vez a su propia hija,
mi bisnieta.