Hace un par de semanas tuve uno de esos momentos afortunados.
Estaba en la habitación cambiando a uno de los bebés cuando Alyssa, mi hija de
cinco años, entró y tomó asiento a mi lado sobre la cama. —Mamita, ¿qué quieres
ser cuando crezcas? — me preguntó. Supuse que se trataba de algún juego
imaginario y decidí seguirle el juego. Respondí: —Humm. Creo que me gustaría
ser una mamá. —No puedes ser eso, porque ya eres una mamá. ¿Qué quieres ser? —Está
bien, cuando crezca quiero ser clériga— respondí la segunda vez. —Mamita,-no,
¡ya lo eres! —Lo siento, cariño —le dije— entonces no comprendo qué es lo que
debo decir. —Mamita, sólo tienes que decir qué quieres ser cuando crezcas.
¡Puedes ser cualquier cosa que desees! Para entonces, estaba tan conmovida por
la experiencia que no pude responder de inmediato; Alyssa renunció y salió de
la habitación. Aquella experiencia, aquella diminuta experiencia de cinco
minutos, tocó algo en lo' profundo de mí. Me conmovió, porque a los ojos de mi niña,
¡todavía puedo ser cualquier cosa que desee! Mi edad, mi carrera religiosa, mis
cinco hijos, mi esposo, mis títulos universitarios: nada de eso importaba. A
sus ojos de niña todavía podía soñar y tratar de alcanzar las estrellas. A sus
ojos de niña, mi futuro no había terminado. A sus ojos de niña todavía podía
ser astronauta, pianista o incluso cantante de ópera. A sus ojos de niña todavía
me faltaba crecer y disponía de mucho "ser" en mi vida. La verdadera
belleza de este encuentro con mi hija se me hizo evidente cuando comprendí que,
en su honestidad e inocencia, le habría hecho exactamente la misma pregunta a sus
abuelos y a su bisabuela. Está escrito: "La anciana en que me convertiré
será muy diferente de la mujer que soy ahora. Otro Yo comienza...". Entonces...
¿Qué quieres ser cuando crezcas?