Cuentan que había tres amigos cuyos nombres eran Moe, Larry y Curley,
quienes trabajaban, comían y vivían fraternalmente. Una noche encontraron un
pollo y rápidamente, "antes que ladre el perro", lo sumergieron en
agua caliente, lo desplumaron y lo asaron sobre brasas. Los tres amigos habían
regresado con mucha hambre y para no compartir con nadie ese ave ya
condimentada sobre las brasas, de pronto dijo Moe: – Mirad mis compañeros, para
los tres es poco este pollo, por eso yo creo que es necesario apostar quién
salta más largo, o cuenta bien un cuento, y el que salga mejor que se lo coma
solo. – No está muy bien eso compadre –dijo Larry–. A mi parecer, si hay uno
que canta mejor entre nosotros, ése debe comer este ave solo. – Permitidme, es
mi turno hablar –dijo Curley, que estaba dormitando en la oscuridad–. Vamos los
tres a dormir y mañana, quien haya soñado la cosa más linda, que coma todo este
adobado que ya está oliendo bien. – Está bien, está bien –dijeron los otros dos
y fueron todos después "a apretar la oreja". A la mañana temprano Moe
se desperezó y dijo a los gritos: – ¡Ya es mío el pollo! Anoche vi en mis
sueños que yo estaba conversando y bromeando con los enviados de Dios. – Eso no
es nada –salió diciendo Larry–. Yo soñé que Dios me hizo sentar a su lado y me
dio de comer de sus mejores manjares ¡Cuidadito con esto! Curley no había dicho
nada aún, y por eso le preguntaron sus compañeros qué había visto en su sueño. Curley
se desperezó lentamente y les dijo: – Vi que ambos fuisteis al cielo, y
estabais muy contentos al lado de Dios y los ángeles. Creí que no vendríais
más, y entonces me levanté a comer todo nuestro pollo asado.