Un emperador chino, fue avisado que en una de las provincias de su
imperio había una insurrección, dijo a los ministros de su gobierno y a los
jefes militares: «Vamos, síganme. Pronto destruiré a mis enemigos» Cuando el
emperador y sus tropas llegaron a donde estaban los rebeldes, el soberano trató
muy amablemente a éstos, quienes, por gratitud, se sometieron a él nuevamente. Todos
los que formaban el séquito del emperador pensaron que él ordenaría la
inmediata ejecución de aquellos que se había sublevado contra él; pero se
sorprendieron en gran manera al ver que este trataba con mucho cariño a quienes
se habían sublevado. Entonces, el primer ministro preguntó con enojo al
emperador: “¿De esta manera cumple vuestra Excelencia su promesa? Usted dijo,
que veníamos a destruir a sus enemigos y sin embargo, los ha perdonado a todos,
y a muchos hasta con cariño los ha tratado”. Entonces el emperador, con actitud
noble, dijo: «Les prometí destruir a mis enemigos; y todos ustedes ven que ya
nadie es mi enemigo ahora todos ellos son nuevamente mis amigos». Ante un caso
así, nuestra actitud es aplicar la ley del ojo por ojo… la venganza es lo
primero que nos viene a la mente para desquitarnos de aquellos que nos hicieron
daño y pagamos el mal, con mal. A quien nos levanta la voz le gritamos… si nos
ofendieron buscamos deshonrarlo… Pero algunos van mucho más allá y ven a esa
persona como un enemigo, que hay que destruir de cualquier forma. La mayor
parte de la gente está llena de odio, crispación, rechazo, envidia, desprecio, indiferencia.
«El amor, la mansedumbre, y el respeto, puede lograr muchos más resultados que
todo el armamento del mundo».