Séneca dijo en una ocasión: “El que es prudente es moderado; el
que es moderado es constante, el que es constante es imperturbable; el que es
imperturbable vive sin tristeza, el que vive sin tristeza es feliz; luego el
prudente es feliz”. Una persona prudente actúa de forma justa y con cautela,
respetando los sentimientos, la vida y las libertades de los demás. El que es
imprudente critica a su amigo; el que piensa lo que dice sabe cuándo guardar
silencio. “El sabio no dice todo lo que piensa, decía Aristóteles, pero siempre
piensa todo lo que dice”. La prudencia es esa compañera que debe ir con
nosotros para medir nuestros pensamientos y para darle crecimiento a nuestro
ser interior ¡Es el más excelso de todos los bienes! Cuando la prudencia llega
lo inoportuno se va. El silencio se queda con gusto y la mente decide si las
palabras entrarán o no en escena. Salomón decía que: “El sabio de corazón habla
con prudencia, y a sus labios añade sabiduría”. El que sabe, suele hablar poco;
el que habla mucho, suele saber poco. El que profundiza, suele hablar con
prudencia. La precipitación se combate con la deliberación y el consejo de ahí que
la prudencia nos ayuda a considerar los efectos que pueden producir nuestras
palabras y acciones. Por tanto, si vas a ser sincero, se también prudente,
porque la sinceridad sin la prudencia puede destruir en vez de edificar,
ofender en vez de animar, separar en vez de unir y hasta romper lo que debería
permanecer siempre unido.