sábado, 22 de julio de 2017

Instinto materno y Fe


Faraón ordenó que los hebreos echaran los hijos varones recién nacidos en el Nilo (Éxodo 2). Jocabed, que ya tenía dos hijos: María y Aarón, quizás había orado para no volver a quedar en cinta, a fin de evitar una tragedia. No es difícil imaginarse la lucha interna en el corazón de Jocabed durante estos meses de embarazo. La preocupación llega a su clímax al dar a luz: “Sí, es un niño” Pero el dolor maternal transforma a Jocabed en una heroína. Decide luchar por el hijo no solo por instinto materno sino porque intuyó que había un propósito divino. No sabemos cómo consiguió esconder al niño Moisés durante sus tres primeros meses (Hebreos 11: 23). La imaginación de una madre hace prodigios. Pero llegó pronto el momento en que el niño, robusto y sano, habría llamado la atención de alguien con sus lloros y gritos. "No pudiendo, pues, ocultarle más tiempo, tomo una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río." María se quedó a una corta distancia observando. El resto todo el mundo lo sabe. Al ocurrir el maravilloso salvamento. "¡Madre, madre!", correría alocada a su casa. "Una señora muy importante quiere que críes a Moisés." Es imposible describir con palabras el dolor y angustia que sufren algunas madres por sus hijos. El dolor en el parto, el ver al niño enfermo en la cuna con el rostro ardiente por fiebre, la ansiedad del futuro incierto que se cierne sobre ellos, y sobre todo saber que han traído al mundo un ser con un alma y tienen que dar cuenta de ella a Dios por la forma en que lo han criado. Pero, ¡oh!, el gozo de poder decir, como decimos de Jocabed: "Su fe salvó al niño."