Dalila (Jueces 16) tenía su casa junto a la orilla del río Sorec,
una mujer que fue instrumento de los jefes de los filisteos para reducir a la
impotencia a Sansón. Sansón, el héroe de Dios, se enamoró de esta mujer cuyo nombre
nos suena hermoso, y lo que halló Sansón en su casa fue peor que la muerte. La
mujer le fingió amor y le sedujo para que en prueba del amor con que él había
de corresponder al suyo, le dijera cuál era el secreto de su fuerza. « ¿Cómo
dices: Yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo ?» Tres veces consecutivas
Sansón le dio una falsa respuesta. Al tratar de ponerla a prueba Sansón se
demostraba invencible: el secreto no había sido revelado. Dalila fue tejiendo
una red de engaño y seducción. Fue presionándole cada día, e importunándole,
hasta conseguir reducir su alma «a mortal angustia». Entonces él le reveló
finalmente el secreto. Esta vez Sansón fue reducido a la impotencia en manos de
sus numerosos enemigos. La baja calidad moral de esta mujer, que se pone al
servicio por «cien siclos de plata» concedidos por cada uno de los jefes filisteos
no exonera de su culpa a Sansón. Dalila es una criatura infame en las páginas
de la Biblia, pero Sansón había perdido el temor de Jehová. El aspecto que nos
interesa hacer resaltar de la conducta de Dalila es simplemente que usó su
atractivo femenino ilegítimamente, con un propósito destructor y homicida. Sin
embargo, toda mujer que finge amor y usa las armas de su vanidad y coquetería
para conseguir sus fines egoístas, está haciendo un juego paralelo al de
Dalila. El encanto femenino y el atractivo del cariño son dones de Dios. La
mujer los ha recibido del Creador. Dios castigará a quien los use de un modo
trivial o frívolo, pues los ha concedido con propósitos mucho más elevados.