martes, 25 de julio de 2017

Hermosa pero de baja calidad moral


Dalila (Jueces 16) tenía su casa junto a la orilla del río Sorec, una mujer que fue instrumento de los jefes de los filisteos para reducir a la impotencia a Sansón. Sansón, el héroe de Dios, se enamoró de esta mujer cuyo nombre nos suena hermoso, y lo que halló Sansón en su casa fue peor que la muerte. La mujer le fingió amor y le sedujo para que en prueba del amor con que él había de corresponder al suyo, le dijera cuál era el secreto de su fuerza. « ¿Cómo dices: Yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo ?» Tres veces consecutivas Sansón le dio una falsa respuesta. Al tratar de ponerla a prueba Sansón se demostraba invencible: el secreto no había sido revelado. Dalila fue tejiendo una red de engaño y seducción. Fue presionándole cada día, e importunándole, hasta conseguir reducir su alma «a mortal angustia». Entonces él le reveló finalmente el secreto. Esta vez Sansón fue reducido a la impotencia en manos de sus numerosos enemigos. La baja calidad moral de esta mujer, que se pone al servicio por «cien siclos de plata» concedidos por cada uno de los jefes filisteos no exonera de su culpa a Sansón. Dalila es una criatura infame en las páginas de la Biblia, pero Sansón había perdido el temor de Jehová. El aspecto que nos interesa hacer resaltar de la conducta de Dalila es simplemente que usó su atractivo femenino ilegítimamente, con un propósito destructor y homicida. Sin embargo, toda mujer que finge amor y usa las armas de su vanidad y coquetería para conseguir sus fines egoístas, está haciendo un juego paralelo al de Dalila. El encanto femenino y el atractivo del cariño son dones de Dios. La mujer los ha recibido del Creador. Dios castigará a quien los use de un modo trivial o frívolo, pues los ha concedido con propósitos mucho más elevados.