1 Reyes 3 nos cuenta de dos mujeres de vida reprensible que habían
concebido y el hijo de cada una era ilegítimo. Un niño muere y el otro se lo
disputan ambas aduciendo ser la madre. La madre verdadera se opone rotundamente
al sacrificio del hijo, en cambio la segunda muestra entrañas insensibles, pues
sabía que el hijo no era suyo. Sin duda, la segunda es una mujer mucho más
depravada. Con todo, notemos que incluso ésta tiene una chispa de amor maternal
por desviado que sea: Procura poseer un hijo, aunque sepa que no es el suyo. Duele
reconocer que hoy en día no hay inconveniente por parte de algunas madres en
hacer desaparecer un hijo, antes de haber nacido, para evitar el oprobio o la
vergüenza pública que implica haber cometido una inmoralidad. Salomón se atreve
a dar una orden monstruosa porque sabía que las mujeres de su país se
rebelarían ante una orden semejante y no se equivocó. La verdadera madre cedió
sus derechos al hijo para salvarle la vida. Hoy muchas mujeres se preguntan:
¿Cómo puedo librarme del hijo? Incluso los animales, llevados por su instinto
defienden a sus hijos. Una perra defiende a sus cachorros. ¿Cómo puede, una
mujer, a sangre fría permitir que su hijo sea asesinado, o mejor dicho, cómo
puede dar orden para que su hijo sea destruido? La verdadera madre del hijo
ilegítimo es un caso ejemplar de afecto maternal, y por él merece nuestra
alabanza. Al margen de su conducta censurable en otros aspectos de su vida, la
madre verdadera del niño es un ejemplo de afecto maternal, que cuando es
contemplada por muchas madres en nuestra sociedad, debería causarles sonrojo.