viernes, 28 de julio de 2017

El càntico de la viña


»Mi amigo plantó una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra, le quitó las piedras y plantó semillas de la mejor calidad. Puso una torre en medio del terreno y construyó un lugar para hacer el vino. Mi amigo esperaba uvas dulces, pero sólo cosechó uvas agrias. »Ahora, díganme ustedes, habitantes de Jerusalén y de Judá, digan quién tiene la culpa, si ustedes o yo. ¿Qué no hice por ustedes? Lo que tenía que hacer, lo hice. Yo esperaba que hicieran lo bueno, pero sólo hicieron lo malo. »Pues bien, ustedes son mi viña, y ahora les diré lo que pienso hacer: Dejaré de protegerlos para que los destruyan, derribaré sus muros para que los pisoteen. Los dejaré abandonados, y pasarán hambre y sed, y no los bendeciré. »Mi viña, mi plantación más querida, son ustedes, pueblo de Israel; son ustedes, pueblo de Judá. Yo, el Dios todopoderoso, esperaba de ustedes obediencia, pero sólo encuentro desobediencia; esperaba justicia, pero sólo encuentro injusticia». (Isaías 5: 1 – 7) La lección de la viña muestra que la nación escogida por Dios debía dar fruto para llevar a cabo su obra, para defender la justicia. Produjo fruto, pero este fue ácido y malo. Jesús dijo: "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:20). No se trata de decir lo que se es, sino del fruto. ¿Ha examinado últimamente “su propio fruto”? ¿Es dulce o ácido?