Rahab se casó con Salmón, fue la madre de Booz y, por tanto, está
incluida en la línea materna de los antecesores de Cristo. Rahab era una ramera,
tan pecadora como Tamar y Betsabé y aún así constan en la genealogía de nuestro
Salvador. "Todos pecaron y han sido destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia." Esta es la gran verdad
que hemos de recordar al considerar la materia, y esto se aplica a Rahab o a
toda mujer virtuosa hoy ¡Las Escrituras no hacen excepciones! Pero Rahab tuvo
fe y se arrepintió de su pecado. Después que cayeron los muros de Jericó y ella
fue salvada, se casó con un príncipe de Israel. Por su fe, que nació cuando
todavía vivía una vida de pecado, su nombre ha sido inmortalizado por el
apóstol (Santiago 2: 25). Es indudable que había centenares de mujeres
incomparablemente más virtuosas en Jericó que Rahab. Todas ellas fueron pasadas
por alto y el toque de gracia recayó sobre Rahab. Es posible que hubiera oído
de los milagros extraños que se realizaban entre aquel pueblo que peregrinaba
por el desierto, cercano ya a Jericó. En este momento de su fe la visitaron dos
representantes de Dios. Arriesga su vida por ellos no porque le convino para su
propia seguridad, sino porque habían sido enviados por el altísimo Dios. Los
ejércitos de Israel se estacionaron alrededor de Jericó. Rahab abre la ventana
y hace descender un cordón de grana. Rahab cree, y su redención es segura. Dios
la incorpora en la línea santa de su Hijo unigénito. Con ello Dios no aprueba
los actos pecaminosos. Lo que hace es decirnos que Él es omnipotente y que
puede redimir incluso al más profundamente pecaminoso. Y nos dice, además, que
por el hecho de que haya puesto fin al conflicto agudo del pecado en nosotros,
no hemos de tenernos por santurrones, y mirar con desdén a los otros porque
pecan.