El Ducke de Wellington dijo: “No hables hasta que estés seguro de
que tienes algo que decir, y sepas que es; entonces dilo y luego siéntate”. El
sabio habla porque tiene algo que decir; el tonto, porque tiene que decir algo.
Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras; por eso es mejor
permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.
Recuerda aquello que dice: “Dime como hablas y te diré quién eres”. Ahora, el
que sabe pensar pero no sabe expresar lo que piensa, está en el mismo nivel del
que no sabe pensar. Tres cosas importan en un discurso: quien lo dice, como lo
dice y que dice. De todas ellas, la última es la menos importante. Lo que sí es
importantes es la elocuencia la cual se logra por el dominio del tema que se
desea tratar. ¿Sabías que un minuto de oratoria requiere una hora de
preparación? Además es muy bueno poner energía a lo que decimos y decirlo con
seguridad. Pero no con mucha seguridad. ¡Solo los ignorantes están seguros de
todo! Y cuando vayas a hablar ¡No levantes la voz, mejora tu argumento!