martes, 4 de julio de 2017

A la manera de Dios


Naamán, jefe del ejército sirio era un hombre granjeado de respeto, honorable y distinguido que a pesar de su riqueza y poder sufría de lepra. Al darse cuenta de su enfermedad ¡Todo se le vino abajo! Las medallas, sus victorias, los homenajes. Todo lo que una vez pensó que era importante  le parecía ahora carente de valor. Aquejado en su miseria le llegó una noticia de un profeta de Samaria que podría curarlo. Como existe un orden natural de que “nada es gratis”, Naamán creyó que un hombre con el poder de curar enfermedades terminales debía ser muy solicitado y nada barato por lo que supuso que $ 5 millones de dólares serían suficientes para comprar su sanidad. Después de viajar muchos kilómetros, Naamán se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. El profeta no lo recibió personalmente sino que le envió un mensajero, diciendo: «Ve y métete siete veces en el río Jordán, y te sanarás de la lepra» ¡Eso fue todo! No hubo una ceremonia larga ni fórmulas mágicas, menos un encuentro personal con un hombre de alto rango vestido de gala. Naamán se sintió humillado e incrédulo de que el tratamiento fuera tan sencillo y se negó a hacerlo en un principio, aunque accedió cuando uno de sus siervos le dijo que si no obedecía tan fácil tarea, como haría algo más difícil. Naamán accede y queda curado. El repugnante orgullo de Naamán, no la lepra, era lo que lo hubiera matado sino hubiera realizado un acto sencillo y nada complejo ¡7 zambullidas que aseguraban la total obediencia del general! ¿El único elemento extraordinario en la historia de este milagro? El Señor invisible e invencible; su invitación, sus caminos, su gracia ¡Y toda su Gloria!