Naamán, jefe del ejército sirio era un hombre granjeado de respeto,
honorable y distinguido que a pesar de su riqueza y poder sufría de lepra. Al
darse cuenta de su enfermedad ¡Todo se le vino abajo! Las medallas, sus victorias,
los homenajes. Todo lo que una vez pensó que era importante le parecía ahora carente de valor. Aquejado
en su miseria le llegó una noticia de un profeta de Samaria que podría curarlo.
Como existe un orden natural de que “nada es gratis”, Naamán creyó que un
hombre con el poder de curar enfermedades terminales debía ser muy solicitado y
nada barato por lo que supuso que $ 5 millones de dólares serían suficientes
para comprar su sanidad. Después de viajar muchos kilómetros, Naamán se detuvo
a la puerta de la casa de Eliseo. El profeta no lo recibió personalmente sino
que le envió un mensajero, diciendo: «Ve y métete siete veces en el río Jordán,
y te sanarás de la lepra» ¡Eso fue todo! No hubo una ceremonia larga ni fórmulas
mágicas, menos un encuentro personal con un hombre de alto rango vestido de
gala. Naamán se sintió humillado e incrédulo de que el tratamiento fuera tan
sencillo y se negó a hacerlo en un principio, aunque accedió cuando uno de sus
siervos le dijo que si no obedecía tan fácil tarea, como haría algo más
difícil. Naamán accede y queda curado. El repugnante orgullo de Naamán, no la
lepra, era lo que lo hubiera matado sino hubiera realizado un acto sencillo y
nada complejo ¡7 zambullidas que aseguraban la total obediencia del general!
¿El único elemento extraordinario en la historia de este milagro? El Señor
invisible e invencible; su invitación, sus caminos, su gracia ¡Y toda su Gloria!