El hombre observó al niño solo en la sala de espera del aeropuerto
aguardando su vuelo. Cuando el embarque comenzó, El niño fue colocado al frente
de la fila, para entrar y encontrar su asiento antes que los adultos. Al entrar
al avión, el hombre vio que el niño estaba sentado al lado de su asiento. El
niño fue cortés cuando conversó con él y, enseguida, comenzó a pasar el tiempo
pintando un libro. No demostraba ansiedad o preocupación con el vuelo mientras
las preparaciones para el despegue estaban siendo hechas. Durante el vuelo, el
avión entró en una tempestad muy fuerte, lo que lo hizo balancearse como una
pluma al viento. La turbulencia y las sacudidas bruscas asustaron a algunos
pasajeros. Pero el niño parecía encarar todo con la mayor naturalidad. Una de
las pasajeras, sentada del otro lado del corredor, estaba preocupada con todo
aquello y preguntó al niño: – “¿No tienes miedo?” – “No señora, no tengo miedo,
respondió él, levantando los ojos rápidamente de su libro de pintar. ¡Mi padre
es el piloto!”. Existen situaciones en nuestra vida que recuerdan un avión
pasando por una fuerte tempestad. Tenemos la sensación de que estamos colgados
del aire sin nada para sostenernos, para asegurarnos, en que apoyarnos, y que
nos sirva de socorro. En estas horas
debemos recordar, con serenidad y confianza, que: ¡Nuestro Padre es el piloto!