Según cuenta la leyenda, un misionero cayó de un barco mientras
navegaba en alta mar y fue arrastrado por el agua hasta la orilla de una remota
villa de nativos. Personas de la villa lo encontraron y lo cuidaron y curaron
ya que estaba casi muerto por la falta de comida y de agua fresca. Vivió entre
ellos durante veinte años, adaptándose a su estilo de vida y forma de trabajo.
No predicó sermones, ni tampoco les inculcó su fe. Tampoco les leyó ni recitó
las Escrituras. No obstante, cuando alguien se enfermaba, él se sentaba con el
enfermo, a veces durante toda la noche. Cuando estaban hambrientos, les daba de
comer. Cuando se sentían solitarios, les ofrecía un oído para escucharlos.
Enseño al ignorante y siempre estuvo al lado del que se había equivocado. Llegó
un día en el que los misioneros entraron a esta villa y comenzaron a hablarles
a las personas acerca de Jesús. Luego de escuchar su historia, la gente de la
villa insistía en que Jesús ya había estado viviendo con ellos durante muchos
años. Vengan, les dijo uno de ellos, se lo presentaremos. ¡Los misioneros
fueron conducidos a una cabaña donde se encontraron con un compañero al cual
habían perdido hacía mucho tiempo! EL porqué de nuestro trabajo siempre
determina cómo vivimos. Lo que haga un hombre no determina si su trabajo es
sagrado o laico, sino ¡Por qué lo hace! “Cuando hagan cualquier trabajo,
háganlo de todo corazón, como si estuvieran trabajando para el Señor y no para
los seres humanos. Recuerden que el Señor los recompensará con una herencia y
que el Amo a quien sirven es Cristo” Colosenses 3: 23-24