domingo, 16 de julio de 2017

La ulima noche con Jesus


Jesús había deseado comer aquella cena con sus escogidos antes de sufrir. Quería hacerlo para su propio consuelo y para el de ellos. Por tanto, hizo los preparativos necesarios encargándolos a dos de sus devotos quienes se preocuparon por el cordero, traído al sacerdote antes que fuera crucificado, compraron  las hierbas amargas, los panes de pascua, el vino, y se apresuraron para preparar la comida. Ya reunidos alrededor de la mesa, buscaron con la vista al siervo habitual que les lavara los pies, pero, al no ver a nadie se tumbaron en sus literas sin decir palabra. Jesús pronunció la habitual oración de acción de gracias; entonces vieron que se levantaba de su litera. La charla se interrumpió. El Maestro se quitó el manto en silencio. Provocando la consternación general, se acercó a la jofaina de lavarse, se ciñó la toalla en torno a la cintura, tomó el barreño lleno de agua, y se acercó al discípulo más próximo y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. El fin de este ejemplo: Que estos hombres entendieran que a ellos sería asignada la tarea de ir por el mundo sirviendo a Dios, sirviéndose los unos a los otros y a todas las personas a las que llevasen el mensaje de salvación. Jesús sabía que la hora había llegado en que Él tenía que partir de este mundo para ir al Padre. Sabía también que había venido de Dios y regresaba a Dios; y que el Padre había puesto todas las cosas en su mano. Con este conocimiento iba unido un amor rebosante. “Habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin”, no solo en cuanto al tiempo, sino también a la intensidad.