¿Sabías que los seres humanos somos homicidas, no porque cometemos
homicidios, sino porque en el fondo somos homicidas? ¡El problema está en el
corazón! Caín y Abel eran hermanos. El mayor era agricultor y el menor era pastor
de rebaños. En una ocasión ambos trajeron sus ofrendas al Señor. ¡La forma del
sacrificio y el espíritu con que se ofrece tienen la misma importancia! La
ofrenda del menor fue recibida, por Dios, con mucho agrado no así la del mayor
el cual se molestó mucho. Era comprensible que Caín se enojara con Dios o hasta
consigo mismo. Pero… ¿Por qué se disgustó con Abel si este había hecho lo
correcto? ¿Por qué matarle si su molestia era con Dios? La calidad de nuestras
relaciones horizontales depende totalmente de lo buena que sea nuestra relación
vertical con Dios. ¡Caín sabía lo que tenía que hacer y no lo hizo! Aun así
Dios le dio una nueva oportunidad para arrepentirse e ir a buscar la ofrenda
correcta y regresar al altar con un corazón humilde y obediente. ¡La oportunidad
de hacer lo correcto no ha terminado por no haber hecho lo correcto antes! Caín
no siguió el consejo de Dios y su resentimiento creció como un cáncer hasta que
derramó la sangre de su hermano. A veces detestamos tanto a otra persona que
abrigamos pensamientos homicidas a los cuales Jesús hizo referencia cundo dijo
que nos convertimos en asesinos cuando odiamos
a alguien. Dios confrontó a Caín con su pecado y este respondió con
total cinismo, ausencia de remordimiento y total desprecio por su hermano Abel.
Dios presionó a Caín para que confesara y se arrepintiera ¡Y no lo hizo! Caín fue descubierto, juzgado y sentenciado.
Inmediatamente imploro misericordia ante el temor de que alguien lo trataría de
la misma manera que Él había tratado a Abel. Que interesante ¿no?