Eli era un gran predicador y un excelente sacerdote, juzgaba y
enseñaba al pueblo los asuntos que tenían que ver con el culto, orientaba, y tenía
toda su vida dedicada a servir en el tabernáculo de Dios y a atender las
necesidades de su pueblo. Pero era un hombre pasivo e indiferente que consentía
a sus hijos Ofni y Fineas los cuales habían convertido el tabernáculo en un
recinto de lujuria desenfrenada (1 Samuel 2). Ante la advertencia de Dios, es sorprendente
la reacción de Eli: “Que Dios haga lo que le parezca bien”. O sea hizo “Nada”. Cualquier
familia puede destruirse, la de un diacono o un anciano, la de un pastor, la de
un misionero, la de un padre que se entrega por completo a su iglesia. Las
señales de advertencia son con frecuencia evidentes: 1.- Las familias que se
desintegran son las que tienen padres que se ocupan más de su trabajo que de
las necesidades de su familia. 2.- Las familias que se desintegran son las que
tienen padres que se niegan a enfrentar la gravedad de las acciones de sus
hijos. 3.- Las familias que se desintegran son las que no responden de manera
rápida y adecuada a las advertencias que les hacen las demás personas. 4.- Las
familias que se desintegran son las que justifican las conductas incorrectas, y
de ese modo se convierten en parte del problema. Problemas como los de Eli no
se resuelven por si solos, sino que se multiplican y se hacen mayores con el paso
del tiempo. Si usted ha llegado a la conclusión de que su familia está en
peligro, decida hacer algo en vez de no hacer nada. Niéguese a ser como Eli. Al
final, después de haber cosechado el éxito público en su ministerio, Dios lo
considero un fracaso como padre… y lo juzgo por esto. ¡No haga usted lo mismo!