Un cristiano escribió un email a su pastor quejándose de que ya no
tenía sentido congregarse más en la Iglesia: “He asistido fielmente por más de
30 años, -escribió el hombre- y durante todo este tiempo he escuchado más de
3,000 sermones. Pero la verdad es que no puedo recordar ni uno solo. Así que,
pienso que estoy malgastando mi tiempo y creo que usted también está
malgastando su tiempo en predicarlos. Ese mismo día, el pastor le envió su
respuesta: “Estimado hermano: Ando casado por más de 30 años. En todo este
tiempo mi esposa me ha preparado unas 32,000 comidas. Pero la verdad es que no
puedo recordar el menú de ninguna de estas comidas ¡Pero una cosa reconozco! Cada
comida me nutrió y me dio la fuerza que necesitaba para seguir fielmente en mi
trabajo. Si mi esposa no me hubiera preparado cada una de estas comidas, yo no
estuviera presente hoy”. Hebreos 10: 25, dice: “Que nadie deje de asistir a las
reuniones de su iglesia; algunos están faltando y hasta se les ha hecho
costumbre, y eso no está bien. Reunámonos para animarnos unos a otros a seguir
confiando en Dios, y más aún cuando ya vemos que se acerca el día en que el
Señor juzgará a todo el mundo”. Congregarse es un mandato estipulado en Deuteronomio
31: 12: “Todo el pueblo deberá reunirse, tanto los hombres como las mujeres, y
los niños y los extranjeros que vivan en sus ciudades, para que escuchen la
lectura de la ley y aprendan a respetar al Señor su Dios, y pongan en práctica
todo lo que se dice en ella”. Asistir a la iglesia es como hacer ejercicio.
Sabemos que nos hace bien, pero hasta que no lo agendemos y lo hagamos un hábito
no veremos sus buenos resultados.