Todos los que creemos en Jesucristo como nuestro Salvador somos
hijos de un solo Padre. Todos confesamos a un sólo Señor Jesucristo. Y todos
somos regenerados por el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, todos somos
miembros unos de otros. La iglesia no es meramente una colección de individuos
bien intencionados, más o menos unidos por algún convenio que define los
alcances de su colaboración. La iglesia se constituye en una experiencia común
compartida entre todos sus miembros. Compartir la vida en el Cuerpo de Cristo
implica vivir en Cristo, con todo lo que esto significa, y a la vez, convivir
con nuestros hermanos, en una expresión plena de vida fraternal. El gran
objetivo actual de Dios en el mundo es crear una confraternidad, una familia de
amor, un organismo de almas despiertas al Espíritu. Es formar un cuerpo de
creyentes en los cuales Cristo Jesús pueda cumplir Su misión de ganar la
humanidad para El. El Espíritu Santo actúa para madurar a los creyentes hasta
el punto que solamente vivan para los otros miembros del cuerpo. Una vez que se
cumple este cometido, el miembro individual, un grupo de miembros o toda la
corporación de la Iglesia irán a recolectar los campos maduros de la humanidad.
El asistir a la iglesia para adorar, para exhortar, para instruir, para
confraternizar, para participar de la cena del Señor y la oración, para el
compartimiento mutuo, es el único medio de ¨animarnos los unos a los otros¨. Cada
miembro de Cristo Jesús debe aprender a decir: ¨ ¡Yo soy la iglesia!¨ Sólo
entonces deseamos contemplar voluntariamente el gran panorama, compartir el
sufrimiento de Cristo en beneficio de Su comunidad y esforzarnos, con toda la
energía que Dios nos ha dado, en presentar a todos los hombres maduros en
Cristo.