David tenía 600 hombres organizados en una fuerza de guardianes de
la paz y el orden en el desierto de
Param, “Una tierra de nadie” en la que la gente tenía que defenderse por sí
sola. Para los hacendados que tenían ovejas y ganado ¡La protección que daban
David y sus hombres era excelente! Estos vigilantes no cobraban por sus
servicios, sin embargo, por una cuestión de justicia los hacendados les daban
una compensación voluntaria, por gratitud. En una ocasión David contactó a un
hacendado llamado Nabal para solicitar, con tacto y respeto, dicha colaboración
para sus hombres. Nabal cuyo nombre significa en hebreo: insensato, maleducado
y testarudo no accedió a la solicitud sino que ofendió de manera déspota a
David y sus hombres. David no pudo soportar los insultos de Nabal y decidió
exterminar toda su “casa”. La noticia llegó a oídos de Abigail, esposa de Nabal,
una mujer dinámica, ingeniosa y bella que pudo haberse librado para siempre de
su marido ¡Pero no lo hizo! En cambio se concentró, por iniciativa propia, en
resolver el conflicto preparando comida suficiente para llevarla a David y sus
hombres con el fin de que este último reconsiderara su pésima decisión. Al
verla David dijo: “Vive Jehová, Dios de Israel!, que me ha impedido hacerte
mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi encuentro, mañana por la mañana
no le habría quedado con vida a Nabal ni un solo hombre.” ¿No hubiera sido
maravilloso, que al volver a casa, Abigail contase a su esposo que le había salvado
el pellejo? Pero lo encontró enfiestado y borracho. Al ver la condición de
Nabal, decidió esperar. Por la mañana, cuando a Nabal ya se le había pasado la
borrachera, su esposa le contó lo sucedido. En ese momento,… Nabal tuvo un
derrame y murió diez días después. Esta historia nos enseña que las reacciones
precipitadas nunca dan buen resultado, que un conyugue insensible causa dolor
indecible a todos los que lo rodean y
que la inteligencia saca el mayor provecho al sentido de la oportunidad y al
tacto.