Henry Ford decía que: “No es el jefe quien paga los salarios, el
solo maneja el dinero. Es el cliente quien paga los salarios”. Así como el imán
sutilmente atrae al hierro, así el oro y la plata que un hombre regala atraen
los corazones de los hombres. Los clientes aprecian el trato oportuno, eficaz y
amable, y desprecian las complicaciones, el maltrato y los retrasos. En
ocasiones dar solución a un problema que aparentemente no goza de salida,
resulta ser solo cuestión de querer, pensar y ayudar. Solo puede ser justo
quien es capaz de ponerse en el lugar de los otros. Lipovetski decía que: “Estamos
deseosos de reglas justas y equilibradas… no a la obligación de consagrar
íntegramente la vida al prójimo, a la familia o a la nación”. Recuerda que un
cliente se pierde por falta de cariños, máxime cuando hay otros ofreciendo
villas y castillos. Para tener asegurada la supervivencia, una entidad tiene
que crear un valor diferente al que crean los competidores. Perecen las que son
copias calcadas de las demás. Sin familiaridad no se demuestra el afecto y sin
esta demostración no puede haber confianza.