La gente de un pueblo del este de Iowa se acostumbró a ver a un
pavo salvaje en el camino. —Allí está Chuck otra vez —decía alguien, sacudiendo
la cabeza al ver las travesuras del pavo al cual parecía encantarle perseguir
autos. Se paraba en el camino como si fuera su dueño, con las plumas
alborotadas, y esperaba a que pasaran los autos. No le importaba si era un auto
pequeño o un gran camión con acoplado. A Chuck le gustaba perseguirlos a todos.
Los conductores locales comenzaron a vigilar al pavo. —Hay un pavo salvaje en
el camino —advertían a los visitantes. La persecución que el pavo hacía de los
autos duró más de un año; y los conductores locales seguían el juego al pavo. Un
día, un extraño llegó al pueblo. Como siempre, el pavo estaba parado en medio
del camino, persiguiendo a los autos. El conductor vio al pavo, tocó la bocina
y trató de frenar a tiempo. Al ruido de las ruedas que rechinaron le siguió un
golpe. La gente del pueblo enterró al pavo, observando que había muerto
haciendo lo que mejor hacía: persiguiendo a los autos. ¿La moraleja de esta
historia? ¡Ten cuidado con aquello que persigues!