Albert Einstein, considerado por algunos el más grande genio de
todos los tiempos, era un admirador de Thomas Young (1773-1829). Este fue un
niño prodigio inglés. A los dos años aprendió a leer y a los cuatro había leído
la Biblia dos veces. A los catorce años sabía griego y latín, pero además
estaba familiarizado con el francés, el italiano, el hebreo, el caldeo, el
siríaco, el samaritano, el árabe, el persa, el turco y el árabe. Fue el primero
en resolver parcialmente los jeroglíficos egipcios. (Especialmente la Piedra de
Rosetta). En 1802 propuso la teoría ondulatoria de la luz. Por si fuera poco;
también hizo contribuciones científicas importantes en diversos campos como la
visión, la mecánica de sólidos, la energía; la fisiología, el lenguaje, la
armonía musical y la egiptología. Hacia el final de su vida; Young había
escrito 63 artículos en la Enciclopedia Británica, entre ellos «Lenguajes», en el
que compara la gramática y el vocabulario de cuatrocientos idiomas. No es
extraño que se lo haya considerado como «la última persona que lo sabía todo». El
apóstol Santiago dijo: “Si alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a
Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a
nadie”. ¿Sabías que existe una gran diferencia entre inteligencia y sabiduría? Salomón
era tanto inteligente como sabio (1 Reyes 3: 9) Su sabiduría era la capacidad
«para distinguir entre el bien y el mal», para tomar buenas decisiones. ¡Es lo
más valioso que Dios nos puede dar! ¿Por qué no pides a Dios que te dé la
capacidad de discernir entre el bien y el mal en este día?