Cuenta una historia que un hombre fue condenado a muerte. El día
que iba a ser decapitado el rey se presentó al acto para confirmar el
cumplimiento de la sentencia. El rey le preguntó al reo que si tenía algo que
pedir como su última voluntad antes de morir. Todo lo que el reo pidió fue un
vaso con agua. Al rey le pareció un deseo fácil de conceder y pidió que le
dieran el agua. El reo tomó el vaso pero temblaba tanto que no pudo acercar el
agua a sus labios. Entonces el rey le dijo: —Tranquilízate, te doy mi palabra
de que nada te sucederá hasta que hayas terminado de beber esa agua. El hombre
confió en la palabra del rey y arrojó el vaso al suelo. Inmediatamente el agua
se derramó y se consumió en el polvo y nadie pudo recogerla. El rey se vio
obligado a cumplir su palabra y así aquel reo se salvó de la muerte.