En octubre de 1869, dos hombres estaban cavando un pozo detrás de
un granero, cuando desenterraron un cuerpo de más de tres metros de largo. Cuando
los periodistas se enteraron de este sorprendente descubrimiento pensaron que
era un gigante petrificado. Miles de personas vinieron a verlo, y el dueño de la
granja comenzó a ganar dinero cobrando
entrada para ver al Gigante de Cardiff, como lo llamaron los diarios. Lo que el
público general no sabía era que un hombre llamado George Hull había
planificado todo con mucho cuidado. Él había contratado escultores que
esculpieran una estatua realista. Luego, hizo que enterraran al “gigante” en la
granja un año antes de que pidiera a los trabajadores que cavaran un pozo. Todo
salió tal como había sido planificado, y la mentira que le hacía ganar dinero
había logrado engañar a todos. Finalmente, se descubrió el engaño de Hull al
encontrarse marcas de cincel en la estatua. A diferencia de otras famosas
falsificaciones arqueológicas, este hombre petrificado fue concebido para
engañar a los fanáticos religiosos y no a los científicos. La idea se le
ocurrió después de mantener una discusión con un reverendo metodista. ¡Tengamos
cuidado! Jesús advirtió que no fuésemos engañados cuando dijo: “Así que, si os
dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis, o mirad, está en los
aposentos, no lo creáis”. Mateo 24: 26 – 27.