Un faquir de la India «inventó» una fórmula para hacer oro. Este
pícaro viajaba de un lugar a otro en busca de ingenuos que estuvieran
dispuestos a pagar por su milagrosa fórmula. Cuando llegaba a un pueblo,
anunciaba su oferta y en poco tiempo la gente lo rodeaba. Echaba agua en un
recipiente, añadía un colorante y repetía ciertas palabras «mágicas», mientras
agitaba el agua. Entonces, de alguna manera, lograba distraer la atención de
los curiosos y aprovechaba para dejar caer algunas piedrecillas de oro en el
recipiente. Después vaciaba el agua, y ¡milagro!, en el fondo del recipiente
aparecían las pepitas de oro. Como cada día sale a la calle un tonto, no
faltaba quien estuviera dispuesto a pagar para hacerse rico. Y cuando aparecía
«la víctima», el faquir compartía su «fórmula secreta»: —Usted debe hacer
exactamente lo que yo hice. Pero cuando diga las palabras mágicas, no tiene que
pensar en el mono de cara colorada. — ¿El mono de cara colorada? —Preguntaba el
asombrado comprador—. ¿Qué quiere decir? —Quiero decir que si usted piensa en
el mono de cara colorada, las palabras mágicas no surtirán efecto. No es
difícil imaginar el resto de la historia. Cuando el comprador quería aplicar la
fórmula mágica, no podía sacarse de la mente al mono de cara colorada. Cuando nos
concentramos tanto en “el mono de cara colorada” (nuestros pecados), Satanás se
regocija al hacernos pensar en lo malo que somos y olvidamos por completo el
poder de Dios para perdonarnos.