lunes, 26 de junio de 2017

Ausencia


A veces una persona llena tanto tu vida que deja un espacio en tu corazón que nunca vuelve a llenarse. Como el día en que Él dijo que se iría y se llevaría todo lo que fuese de Él. En efecto, se fue y se llevó todas sus cosas, todo lo que era suyo. Se llevó todo, pero no la llevó a Ella… y Ella era suya. La ausencia de Él le importaba tanto que le quito las ganas de todo. ¡Sentada en silencio lo pensaba a gritos! Su ausencia la rodeaba como la cuerda a la garganta, imposible volver a respirar sin que su ausencia le destrozara el alma. Es triste que la ausencia de una persona valga más que la presencia de muchas. Se necesita tristeza para conocer la felicidad, ruido para apreciar el silencio y ausencia para valorar la presencia. ¿Qué ironía no? La ausencia no era porque no quería verla, ni hablarle, ni era un asunto de distancia, sino porque no quería olvidarla. No entendía por qué si la ausencia es vacío, estaba tan llena de ella. No quería que lo extrañase como algo que duele, sino como algo que llena. Ella no era algo que le faltaba, sino algo que tenía y que siempre de algún modo siempre tendrá. Porque extrañar no es estar vacío, si no estar lleno de alguien que se hace presente a pesar de la ausencia. El problema no era su presencia en sus sueños, sino su ausencia en su realidad. Él se revuelca en todas las cenizas tratando de encontrar El solo fuego. Ella se sienta a conversar con la sombra que una tarde de lluvia olvido en el sofá. Él es el sueño de las huellas de unos pasos que una noche perdieron la memoria. Se renta un cuarto vacío de una casa que ya no existe más. Tal vez algún día escuchen juntos la lluvia otra vez, goteando en su techo, pero esta noche le lloverá su ausencia.