A veces una persona llena tanto tu vida que deja un espacio en tu
corazón que nunca vuelve a llenarse. Como el día en que Él dijo que se iría y
se llevaría todo lo que fuese de Él. En efecto, se fue y se llevó todas sus
cosas, todo lo que era suyo. Se llevó todo, pero no la llevó a Ella… y Ella era
suya. La ausencia de Él le importaba tanto que le quito las ganas de todo.
¡Sentada en silencio lo pensaba a gritos! Su ausencia la rodeaba como la cuerda
a la garganta, imposible volver a respirar sin que su ausencia le destrozara el
alma. Es triste que la ausencia de una persona valga más que la presencia de
muchas. Se necesita tristeza para conocer la felicidad, ruido para apreciar el
silencio y ausencia para valorar la presencia. ¿Qué ironía no? La ausencia no
era porque no quería verla, ni hablarle, ni era un asunto de distancia, sino
porque no quería olvidarla. No entendía por qué si la ausencia es vacío, estaba
tan llena de ella. No quería que lo extrañase como algo que duele, sino como
algo que llena. Ella no era algo que le faltaba, sino algo que tenía y que
siempre de algún modo siempre tendrá. Porque extrañar no es estar vacío, si no
estar lleno de alguien que se hace presente a pesar de la ausencia. El problema
no era su presencia en sus sueños, sino su ausencia en su realidad. Él se
revuelca en todas las cenizas tratando de encontrar El solo fuego. Ella se
sienta a conversar con la sombra que una tarde de lluvia olvido en el sofá. Él
es el sueño de las huellas de unos pasos que una noche perdieron la memoria. Se
renta un cuarto vacío de una casa que ya no existe más. Tal vez algún día
escuchen juntos la lluvia otra vez, goteando en su techo, pero esta noche le
lloverá su ausencia.