Llevamos en el alma y en el cuerpo las marcas de la vida. Marcas
de las buenas y de las malas. Marcas que forman caracteres y emergen almas más
fuertes. Las cicatrices son lecciones de vida que nos recuerdan que uno ha sido
más fuerte que las heridas. Ninguna herida sana sin dejar cicatriz y toda
cicatriz tiene su historia. No hay cicatriz, por brutal que parezca que no
encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero
también su fin. Las cicatrices, decía Coetzee, son sitios por donde el alma ha
intentado marcharse y ha sido obligada a volver, ha sido encerrada, cosida
dentro”. También son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos
sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las
heridas. ¡Nos recuerdan que el pasado fue real! Pero eso no significa que
impidan un mejor futuro. En cuanto a mis cicatrices, todas ellas cuentan una
historia de cuando la vida intento presionarme hasta caer, pero me vio
levantarme cada vez más fuerte. No me avergüenzo de ellas ni las oculto, al
contrario me siento orgulloso porque aunque un día fueron heridas dolorosas, noches
sin dormir, burlas crueles y terribles peleas, todas sanaron y dejaron de sangrar lo que deja ver que soy más
fuerte que todas ellas. ¡No puede haber medallas sin primero cicatrices! Sé que
nunca me abandonarán aunque ya no duelan ni me incomoden. La herida está limpia
y cerrada. Alguien dijo que las manos con más cicatrices son las que saben dar
las caricias más suaves…