Dios les da a algunos mucha riqueza, honor y
todo lo que pudieran desear, pero luego no les da la oportunidad de disfrutar
de esas cosas. Se mueren, y algún otro —incluso un extraño— termina disfrutando
de toda esa abundancia. ¡A mí me parece algo terrible y sin sentido! Un hombre
puede vivir cien años, y llegar a tener cien hijos, pero si no disfruta de las
cosas buenas de la vida y ni siquiera recibe un entierro digno, sería mejor
para él haber nacido muerto. Entonces su nacimiento habría sido insignificante,
y él habría terminado en la oscuridad. Ni siquiera habría tenido un nombre ni
habría visto la luz del sol o sabido que existía. Sin embargo, habría gozado de
más paz que si hubiera crecido para convertirse en un hombre infeliz. Tal vez
ese hombre viva dos mil años, pero si no es feliz, el bebé que nació muerto
encontró un camino más fácil para llegar al mismo fin. Toda la gente se pasa la
vida trabajando para calmar el hambre, pero su estómago nunca queda satisfecho.
Es mejor ser feliz con lo que se tiene que querer siempre tener más y más. Ese
afán por tener cada vez más no tiene sentido. ¡Disfruta de lo que tienes en
lugar de desear lo que no tienes! Todo ha sido decidido. Ya se sabía desde hace
tiempo lo que cada persona habría de ser. Así que no sirve de nada discutir con
Dios acerca de tu destino. En la brevedad de nuestra vida sin sentido, ¿quién
conoce cómo pasar mejor nuestros días?
Nuestra vida es como una sombra. ¿Quién sabe lo que sucederá en este mundo
después de la muerte? (Salomòn)