La señorita Lewis era una maestra de primaria en la escuela
municipal de Lewistown, estado de Missouri. La pequeña población lleva el
nombre de su abuelo, que combatió a los indios en los primeros años del siglo
XIX y abrió así el camino a la llegada de los pioneros. La señorita Lewis tenía
un perrito, su única compañía. Puso un letrero en la puerta de su jardín:
"Cuidado con el perro". Nadie hacía caso del letrero; todos pisaban
el cesped. El perrillo, en la mejor tradición americana, mordió al cartero,
persiguió por la calle a dos o tres vendedores de cepillos y le rompió el
pantalón a un predicador itinerante. Entonces la señorita Lewis recordó el
nombre de una planta que crecía en su jardín y puso otro letrero: "Cuidado
con el agapanto". Nadie sabía qué “vaina” era un agapanto, de modo que al
leer el letrero todos se detenían con ese temor reverente que suele brotar de
la ignorancia. ¡Me habría gustado conocer a la señorita Lewis! Sabía lo mucho
que se puede hacer con las palabras si las usamos bien.