miércoles, 20 de septiembre de 2017

La disculpa


El monarca sostenía, mediante un debate con Quevedo, que cualquier ofensa queda lavada por una disculpa. El escritor alegaba que una disculpa deshonesta, cínica o mal planteada puede resultar peor que el hecho por el que se pide perdón. El rey retó a Quevedo, quien entonces fungía como su secretario, a ofenderlo y encontrar una disculpa que resultase peor que el propio agravio. Apenas dio la vuelta, el poeta le puso las manos en las nalgas. No bien repuesto de la sorpresa, Felipe IV escuchó las siguientes palabras: – Perdón, señor, pensé que era la reina.