“Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado, otra persona trabajó
por ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a nadie, si
antes no se lo ha quitado a otra persona. Cuando el 50% de las personas llegan
a la conclusión de que no tienen que trabajar porque la otra mitad está
obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando la otra mitad se convence de que no
vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su
esfuerzo, ese… es el fin de cualquier nación… Cuando advierta que para producir
necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que
el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba
que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el
trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario,
son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la
corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio,
entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada…
Si viese usted a Atlas, el gigante que sostiene al mundo sobre sus hombros, si
usted viese que él estuviese de pie, con la sangre latiendo en su pecho, con
sus rodillas doblándose, con sus brazos temblando, pero todavía intentando
mantener al mundo en lo alto con sus últimas fuerzas, y cuanto mayor sea su
esfuerzo, mayor es el peso que el mundo carga sobre sus hombros, ¿qué le diría
usted que hiciese? [...] Que se rebele.” (Ayn Rand 1950).