Benjamín Franklin aprendió que esparcir yeso en los campos haría
crecer las cosas. Se lo dijo a sus vecinos, pero no le creyeron, argumentando
que el yeso no ayudaría para nada al crecimiento del pasto ni del trigo. Pasado
un tiempo, que ya se habían olvidado del asunto, se fue al campo temprano en la
siguiente primavera y sembró trigo.
Cerca del camino, por donde los vecinos pasaban, trazó algunas letras
con su dedo y puso yeso en ellas. Al cabo de una o dos semanas, la semilla
brotó. Sus vecinos, al pasar por allí,
se quedaron boquiabiertos cuando lo vieron.
De un verde más brillante que todo el resto del campo, brotó el mensaje
sembrado de Franklin en letras grandes: “A esto se le echó yeso”. ¡A Benjamín
Franklin ya no le hacía falta discutir con sus vecinos sobre los beneficios del
yeso! A veces, la mejor manera de convencer a alguien a su punto de vista,
mientras se mantienen abiertas las líneas de comunicación, es con el simple
silencio y empezar a enyesar.