Cuenta la historia que en 1816, en un pueblito de Salzburgo,
Austria, el sacerdote Joseph Mohr comprobó que el órgano de la iglesia en la
localidad de Oberndorf estaba corroído por los ratones y roto, y no había dinero
para arreglarlo. Mohr escribió una letra y le pidió al músico del pueblo, Franz
Xavier Gruber, amigo suyo, que compusiera la melodía, y los dos interpretaron
la nueva canción en la Misa del Gallo, acompañados tan sólo de una guitarra y
un coro modesto de campesinos. Desde entonces, la letra ha sido traducida a
casi 300 idiomas. El villancico más famoso del mundo se canta en miles de
templos cristianos en todo el planeta y se ha convertido en símbolo del anhelo
de un mundo mejor. Se hizo tan popular que detuvo, por unas horas, la Primera
Guerra Mundial, cuando en la Nochebuena de 1914 británicos y alemanes lo cantaron
juntos desde las trincheras ¡En señal de su deseo de paz! En la Nochebuena de 1942
y en medio de la Segunda Guerra Mundial, el Ministerio de Propaganda del Tercer
Reich la transmitió por radio a todos los frentes para levantar los ánimos de
los soldados. Razón tenía Douglas MacArthur cuando dijo que: “El soldado es el
primero que quiere la paz, ya que es el que debe sufrir y soportar las más
profundas heridas y cicatrices de la guerra”. Los japoneses cristianos la
cantaron en la catedral de Nagasaki, después del estallido de la bomba atómica,
en agosto de 1945. Esta melodía bicentenaria une a todos en el ansia de paz, y
es un momento de recogimiento y esperanza…