En Navidad recordamos más a quien el día de ayer estuvo a nuestro
lado y que ya nunca más podrá estar, ni tan siquiera para darnos un abrazo o
una sonrisa. ¿Cómo no recordarles y añorarles? Nos han dejado un vacío que
nunca podremos llenar. Nunca llega el olvido
de un ser amado que ha fallecido, pues siempre estará en nuestros
corazones, en cada cosa que hacemos o
dejamos de hacer… Tratamos de superar el dolor de su pérdida, pero la muerte no
se supera nunca, sólo se puede aprender a vivir sin ellos a nuestro lado. Nos
resignamos, recordando los momentos vividos con ellos, las Navidades pasadas a
su lado… unas Navidades que nunca más serán lo mismo, porque nunca más estarán.
Cerramos los ojos y por un sólo instante quisiéramos volver hablar, o tocar sus
manos o abrazarlos… pero ya no están. Alzamos la mirada al cielo, con la
esperanza de que quizás nos estén mirando desde lo alto, escuchando nuestro
corazón… y al hacerlo, lágrimas se forman en nuestros ojos. Ojalá hubiese una
escalera hasta el cielo para poder
abrazarlos y decirles que les extrañamos, que nada ha sido igual desde su último aliento. Mas la vida
continúa, no queda más que confiar que Dios nos dé un bálsamo para aliviar el
dolor. Así es la vida, nacemos y morimos: los que se van primero lo hacen
dejando un largo camino de tristeza para los que quedamos atrás. Yo tengo
alguien en el cielo que me gustaría abrazar esta Navidad ¿Y tú?