domingo, 24 de diciembre de 2017

El gato que caminaba solo


Entonces la mujer ofreció al Gato un tazón de leche, blanca y tibia y le dijo: “Oh, Gato, tú eres tan sagaz como un hombre, pero recuerda que no hiciste tu trato con el Hombre ni con el Perro, y no sé qué harán ellos cuando lleguen a casa”. “¿Y a mí que me importa? –Contestó el Gato-. Si tengo mi lugar en la cueva junto al fuego, y mi leche blanca y tibia tres veces al día, no me importa lo que haga el Hombre o el Perro”… Y a partir de aquel día, mi amado, tres hombres de cada cinco que se precien como tales arrojarán siempre cosas contra el Gato, dondequiera que lo vean, y todo Perro que se precie de tal correrá tras el Gato y lo obligará a refugiarse en lo alto de un árbol. Pero el Gato también cumple con su parte del trato. Caza ratones y juega con los bebés cuando está en la casa, siempre y cuando no le tiren con demasiada fuerza de la cola. Pero cuando ha cumplido, y entre tarea y tarea, y cuando la Luna se levanta y cae la noche, el Gato sale a caminar solo, y todos los sitios le dan igual. Entonces se va al Húmedo y Salvaje Bosque o sube a los Húmedos y Salvajes Arboles o camina por los Húmedos y Salvajes Techos, meneando su salvaje cola y caminando en su salvaje soledad. (Rudyard Kipling).