Moisés aprendió de Dios, la sabiduría de “aplastar al enemigo”
cuando separó las aguas del mar Rojo para que los judíos pudiesen pasar y luego
volvió a cerrarlas sobre los egipcios que los perseguían, de modo que “no escapó
uno solo”. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con los Diez Mandamientos y vio
que su pueblo adoraba al Becerro de Oro, hizo degollar hasta el último de los
transgresores. Y, ya en su lecho de muerte, dijo a sus seguidores en Deuteronomio
20: 17, que por fin iban a entrar en la Tierra Prometida, que cuando hubieran
derrotado a las tribus de Canaán debían “destruirlas por completo… No hacer
trato con ellos ni tenerles clemencia”. Empezando por Moisés, todos los grandes
líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al
enemigo al que le temían. Si se deja encendida una sola brasa, por muy débil que
sea, siempre se corre el riesgo de que vuelva a desencadenarse un incendio. Si
muestras empatía hacia tus enemigos a través de la compasión o la esperanza de
una reconciliación, no podrás exterminarlos. Estas actitudes solo reforzaran su
miedo y odio hacia ti. Recuerda que los has derrotado y se sienten humillados. El filósofo indio Kautilya dijo: “Quienes
buscan obtener logros no debieran mostrar clemencia”. Se ha perdido más por una
aniquilación a medias que por una exterminación total: el enemigo se recuperará
y buscará venganza. Un sacerdote le preguntó
al ya moribundo hombre de Estado y general español Ramón María Narváez
(1800-1868): “¿Su Excelencia está dispuesta a perdonar a todos sus enemigos?”. “No
tengo necesidad de perdonar a mis enemigos –respondió Narváez-. Los he mandado
a fusilar a todos”.