Jehú, rey de Israel mandó llamar a todos los profetas y a los que
veneraban a Baal y reunió a todos sus sacerdotes y dijo: “Vengan todos, porque
voy a ofrecer un gran sacrificio a Baal. Cualquiera que no venga será ejecutado”.
Después Jehú ordenó: « ¡Preparen una asamblea solemne para rendir culto a Baal!».
Asistieron todos —no faltó ninguno— y llenaron el templo de Baal de un extremo
al otro. Después Jehú entró al templo de Baal y les dijo a los que veneraban a
Baal: «Asegúrense de que aquí no haya nadie que adora al Señor, solo los que
rinden culto a Baal». Así que estaban todos adentro del templo para ofrecer
sacrificios y ofrendas quemadas. Apenas Jehú terminó de sacrificar la ofrenda
quemada, les ordenó a sus guardias y oficiales: « ¡Entren y mátenlos a todos!
¡Que no escape nadie!». Así que los guardias y oficiales los mataron a filo de
espada. Demolieron el templo de Baal. De esa forma, Jehú destruyó todo rastro
del culto a Baal en Israel. (2 Reyes 10: 18 – 28) La mayoría de las personas
son como un libro abierto: Revelan sus planes e intenciones. Frenar la lengua y
controlar con cuidado lo que se revela
exige un gran esfuerzo. Es mucho más prudente medir y adecuar las palabras, y
decir a la gente lo que desea oír, y no enfrentarla con la cruda y desagradable
realidad de lo que uno siente o piensa. ¡Aprenda el arte de disimular sus
intenciones! Recuerde que el primer instinto del ser humano siempre es creer en
las apariencias. ¡Ser indescifrable, atrae a la gente!