En la corte de Luis XIV, los nobles y los ministros pasaban días y
noches enteros debatiendo temas de Estado. Consultaban, discutían, hacían y
rompían todo tipo de alianzas, y volvían a discutir hasta que al fin llegaba el
momento crucial, dos de ellos eran elegidos para presentar al rey las dos
posturas opuestas para que luego el soberano optara por una. Una vez elegidas
estas personas, abordaban a Luis XIV –siempre de forma delicada y comedida- y
cuando este les prestaba atención presentaban el tema en cuestión explayándose
sobre las distintas opciones. Luis XIV solía escuchar en silencio, con
expresión enigmática. Cuando, ya finalizaba la exposición, los emisarios
preguntaban cuál era su opinión, el rey los miraba y les decía: “Ya veré”, y se
retiraba. Los ministros y cortesanos no volvían a oírle una palabra más sobre
el tema; simplemente veían el resultado, semanas después, cuando el soberano
tomaba una decisión y actuaba en consecuencia. Jamás se molestaba en volver a
consultarles sobre el asunto. Su famoso “Ya veré” aplicaba a todo tipo de
preguntas y pedidos. Nadie sabía con exactitud cuál era su posición ni podía
predecir sus reacciones. Nadie podía intentar engañarlo diciéndole lo que creía
que él quería oír, ya que nadie sabía que era lo que deseaba oír.