Un granjero se encontraba solo en casa sentado ante la chimenea. De
pronto, los vientos empezaron a soplar con intensidad y se desató una tormenta
de nieve. Al cabo de un rato, oyó un golpazo en la ventana, luego oyó un
segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera y se aventuró a salir para ver qué había
golpeado la ventana, y encontró a dos gansos muertos y una bandada de gansos
salvajes en su potrero. Daban aletazos y volaban bajo, en círculos por el
campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor sintió
lástima por los gansos y quiso ayudarlos. “Sería ideal que se quedaran en el
granero -pensó- ahí estarán al abrigo y a salvo mientras pasa la tormenta”. Dirigiéndose
al establo, abrió las puertas de par en par; luego aguardó y observó con la
esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto, pero no obstante, se
limitaron a revolotear dando vueltas. El hombre intentó llamar la atención de
las aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa
y salió con algo de pan, lo fue partiendo en pedazos y dejando rastros hasta el
establo; sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentir
frustración; corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al
granero, pero lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran.
¿Por qué no me siguen? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta que ese es el único
sitio donde podrán sobrevivir a la tormenta? Reflexionando unos instantes, cayó
en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano. “¡Si yo fuera uno de
ellos, entonces sí podría salvarlos!”, pensó. Seguidamente, se le ocurrió una
idea: entró al establo, agarró a un ganso doméstico y lo paseó entre sus
congéneres salvajes; el ganso voló entre los demás y se fue directamente al
interior del establo; una por una, las otras aves lo siguieron hasta que
estuvieron todas a salvo. Eso es precisamente lo que Dios hizo por el hombre al
venir a la tierra: Nosotros éramos como aquellos gansos, estábamos ciegos,
perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos
el camino, y por consiguiente, salvarnos.