Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua subió
sin compañeros y decidido a llegar a la cima. La noche cayó con gran pesadez en
la altura de la montaña; ya no podía ver absolutamente nada. Subiendo por un acantilado,
a solo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires…Caía a una
velocidad vertiginosa, y en esos angustiantes momentos pensaba que iba a morir;
sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos. Como
todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a
una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Suspendido por los aires,
gritó con todas sus fuerzas: -¡Ayúdame Dios mío!-
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: -¿QUÉ QUIERES QUE
HAGA, HIJO MIO?- -Sálvame, Dios mío- -¿REALMENTE CREES
QUE TE PUEDA SALVAR?- -Por supuesto, Señor― -ENTONCES CORTA
LA CUERDA QUE TE SOSTIENE- Hubo un momento de silencio y quietud y el hombre se
aferró más a la cuerda. Al día siguiente el equipo de rescate encontró colgado
al alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una
cuerda… a tan solo dos metros del suelo…