Los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo. Dice Bécquer
que: “El alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada”.
Y es que una mirada no dice nada, y al mismo tiempo, lo dice todo. Hay quien te
dice con la mirada, lo que con su voz no puede. ¿Sabías que en un choque de
miradas, una sonrisa es el mejor accidente? En ese justo momento, el tiempo no
sabe si seguir avanzando o colapsar. Basta solo una mirada para entender que la
amistad dejo de ser suficiente y se convierte en una invitación a pasar juntos
la eternidad. Sin decirse nada y con una simple mirada puede comenzar una
hermosa historia de amor. Cuando la mirada y el silencio se encuentran, se
abrazan, quieren hacer el instante eterno, y detienen el tiempo… está naciendo
el amor, un amor como este: “Estaban uno frente a otro sin hablar, no porque no
tuvieran nada que decirse, sino porque con sus miradas telepáticas se lo decían
todo. Cuando ella creía que Él no la
veía, El no dejaba de mirarla. Y cuando Él le hablaba no podía sostener su
mirada. El nunca aprendió a ocultar en su mirada cuanto la quería, el brillo de
sus ojos lo delataba. Ella estaba aterrada, debilitada, muerta al saber que lo
bonito no eran los ojos de Él, sino como la miraba. Lo que su corazón callaba,
se lo gritaba con los ojos”. Aquí se cumple aquello de que las miradas, aunque
no hablan, son las que acaban diciendo la verdad. Los labios mienten ¡los ojos
no!