Recuerdo que la hora de llegada era a las 10 de la noche. ¡Ni un
minuto más, ni uno menos! Y ellos iban por nosotros a las fiestas. Era
terminantemente prohibido dormir en la casa de nadie. Nos daban 2 colones para
gastar y nos pedían cuentas. Se sentaban a hacer la tarea con nosotros y
revisaban cuidadosamente que no nos
faltara nada de lo encargado. El máximo castigo era encerrarnos una tarde en el
cuarto sin salir a jugar al patio por haberle faltado el respeto a un hermano.
Y éramos obligados a pedir perdón por una falta y a saludar con mucho respeto a
nuestros mayores. Fuimos instruidos a dar nuestros asientos a las mujeres en
cinta y a los adultos mayores. El videojuego no existía por lo que la
convivencia en familia era obligatoria. Había una sola televisión para toda la
familia. Una mueca, una mala palabra, o el levantamiento de voz eran suficientes
para merecer unas nalgadas. Mis papas no nos gritaban en la calle ante una
falta, bastaba solo una mirada para entender lo que nos esperaba una vez que llegáramos
a la casa. Ir a la iglesia era tradición y no había negociación ni pretexto
para faltar aun siendo adolescentes. Mis papas tenían autoridad… Recuerdo que
la ropa de los hermanos era rotada del mayor al menor y siempre se aprovechaba
todo. Las marcas de ropa y juguetes nunca fueron importantes. Usábamos lo que
nuestros padres podían comprar y éramos felices estrenando, con costos, el 25
de diciembre.