Salomón dijo en una ocasión que: “El hijo sabio alegra al padre,
pero el hijo necio es tristeza de su madre”. Esto me hizo recordar la oración,
que en una noche fría, una madre expresó entre sollozos y lágrimas: “Te ruego a
Dios para que mi hija pueda comprender que quiero lo mejor para ella. Te pido
que mires sus pensamientos y le des un espíritu humilde y con buena actitud
hacia la obediencia. Cuando ella nació no venía con un manual de instrucciones.
Sé que he cometido algunos errores en el transcurso de su vida ¡Y por ellos te
pido perdón! Estoy muy lejos de ser perfecta pero siempre hice lo mejor que
pude con lo mejor que tuve. Mis errores fueron por falta de experiencia, no por
falta de amor porque desde que ella nació la ame con todo mi corazón. Dios mío,
toma y lleva de la mano a mi hija por donde quiera que ella vaya. Cuídala de
todo peligro y haz que regrese a salvo al hogar y en la noche permite que en su
cama esté. Aunque no la pueda llevar en mis brazos porque ha crecido, siempre
la llevo en mi corazón. Siempre voy a querer lo mejor para ella, aunque a veces
ella no lo entienda y se vaya lejos de mí. Señor, ayuda a mi hija a ser esa
persona que has planeado, porque viniendo de ti sé que son planes para lo bueno
y no para lo malo, para darle un futuro y una esperanza. Deseo que su vida sea
exitosa, que le vaya bien en todas las buenas cosas y que con esfuerzo logre
sus sueños. Amado Dios hoy quiero prometerte a ti y a mi hija que aunque no
pueda estar en el resto de su vida, la voy a cuidar y amar cuando más me
necesite por el resto de mi vida. Amen”.