No sé en qué momento el tiempo pasó, ni a qué hora mi hijo creció,
Solo sé que ahora es todo un hombre, y que en su vida... ya no estoy yo.
Era muy joven cuando mi hijo nació, todavía recuerdo el momento en
que llegó. Pero mi trabajo el día me ocupaba, y no me daba cuenta que el tiempo
pasaba.
No supe en que momento ya caminaba ni tampoco a qué hora comenzó a
estudiar. No estuve cuando cambió sus dientes, sólo me ocupé de pagar sus
cuentas.
Pedía que le consolara cuando se golpeaba o que le ayudara cuando
su carro no caminaba, pero yo estaba ocupado, debía trabajar y así sus
problemas no podían solucionar.
Cuando a casa llegaba insistía en estar conmigo: “Papi ven... Yo
quiero ser tu amigo...” “Más tarde hijo, quiero descansar”, y con estas
palabras me iba a reposar.
Ojalá atento le hubiera escuchado, cuando al acostarlo y dejarlo
arropado, suplicante me insistía con ruegos y llantos, que me quedara a su
lado, que estaba asustado.
Ya no hay juegos que arbitrar, tampoco hay llantos que consolar.
No hay historias que escuchar, peleas que arreglar, ni rodilla que remendar.
Ya no hay trabajo, ya no estoy atareado, no tengo que hacer, me
siento desolado. Ahora soy yo quien quiere estar a su lado y es hoy mi hijo
quien vive ocupado.
Un distante abismo me separa de mi hijo, poco nos vemos... No
somos amigos. Los años han volado, mi hijo se ha marchado y su continua
ausencia solo me ha dejado.
No sé en qué momento el tiempo pasó, ni a qué hora mi hijo creció.
Ojalá pudiera volver a nacer, para estar a su lado y verlo crecer.