“Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano
no habría muerto.” (Juan 11: 21). Desde
niños se nos ha enseñado el ciclo de la vida a través de las plantas: nacer,
crecer, reproducirse y morir. El último paso de este ciclo (la muerte) es un
tema del que nadie quiere hablar. Son momentos como este los que nos regresan a
una realidad que tarde o temprano todos deberemos enfrentar: ¡Morir! Para
muchos la muerte es una puerta oscura al final de su vida con un corredor a un
destino desconocido y por lo tanto muy temido. Para otros es el final de todo.
“El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
Esto es una creencia ideada por Satanás, porque la muerte es la entrada
a la eternidad. La muerte humana no implica dejar de existir; más bien consiste
básicamente en una separación. La muerte física es la separación entre el
cuerpo y el alma: “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu
vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12: 7). Sin embargo Cristo tiene el
poder para ampliar el ciclo de la vida cuando dijo: “Yo soy la resurrección y
la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Juan 11: 25). Con Cristo, después del paso
de la muerte, el ciclo se amplía: morir → resucitar → vivir eternamente con El.
La muerte es la única puerta de entrada a la vida eterna. ¡Cristo ha vencido la
muerte y nosotros un día lo haremos también! “Y cuando esto corruptible se haya
vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”
(2 Corintios 15: 54 – 55) ¿Crees esto?