En una relación madura, cada uno sabe mantener su espacio,
guardando celosamente la consideración que el otro merece y cumpliendo
cabalmente con sus responsabilidades. Uno y otro amplían el marco de su
realización personal, creando un mundo rico, más allá de los linderos del hogar
y de la pareja. Lo hace por sí mismos, pero no sólo para sí mismos ¡Sus logros
enriquecen su vida familiar y de todos aquellos que les rodean! Ambos dedican tiempo
a lo suyo sin arrebatarle tiempo y calidad a su relación afectiva. Se disfrutan
y se proporcionan el mayor placer que pueden. En una relación madura, la
persona comparte sus experiencias con el ser amado. Lo invita a participar de
las actividades que le producen goce y satisfacción, pero no presiona, no
obliga, ni deja de hacerlas por el hecho de que a aquel no le apetezca o no las
valore. Tampoco se mete a la fuerza en el territorio de su pareja ni lo acosa
para que abandone sus intereses. En una relación madura ni uno ni otro adopta
una posición persistentemente crítica respecto de los amigos, parientes,
acciones, ideas y sentimientos de su pareja. Puede ser, por ejemplo, que no le
guste que asista a una determinada asociación, pero le basta con expresarle
claramente sus razones una sola vez y lo deja optar. En una relación madura,
cada uno sabe distinguir perfectamente entre “lo mío, lo tuyo, y lo nuestro”,
en relación con las responsabilidades, los sueños, los objetivos, las
cualidades, los deseos y las necesidades.